El cardenal Cipriani está profundamente enfermo. En los más ardientes círculos del infierno de Dante se hallan individuos como él. En este sentido, el papa Francisco se equivoca: sí existen los infiernos, y uno de ellos queda en un ala de la iglesia católica, constituida por hombres que hace ya siglos se sienten atraídos por niños y niñas, y que, a falta de una relación sexual común y corriente con varón o hembra, a falta de amor humano, desfogan su libido reprimida en infantes incapaces de defenderse.

Me gustaría escuchar una confesión sincera de Cipriani para analizarla como psicopatía.

La codicia, la paidofilia, la atracción por la sangre, la gula, los movimientos del ano y del recto, el semen retenido y otros fenómenos concomitantes causan desviaciones que transgreden las fronteras del horror.

Tales desviaciones suceden a menudo en los sectores recalcitrantes de las iglesias —los seudo célibes de la iglesia católica y los seudo inmaculados de cuerpo del islamismo—, en las fuerzas armadas y generalmente en todo grupo humano cerrado. Foucault lo entrevió y personas como Cipriani lo confirman.