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ARTURO RUIZ DEL POZO

Publicado: 2016-09-11

Lo sucedido al músico peruano Arturo Ruiz del Pozo refleja la insensata realidad del Perú y muchísimos países del mundo entero: ausencia o insuficiente atención médica frente a una hemiplejia.

Tuve el privilegio de escuchar la música de Arturo, tan profunda, tan actual. Y anduvimos juntos en torno a una revista y a la escala pentatónica de una flauta nasca que él había hecho sonar después de siglos. Y anduvimos cinco artistas en el Toyota gris, heredado de mi suegra, y Arturo iba en el asiento de atrás, de noche, soplando, digitando su melódica. Sendero acababa de poner una bomba en la esquina de la Alianza Francesa, pero Arturo seguía haciendo música en un país que ahora importa la chatarra de tiempos mejores y a algunos venerables ancianos ya casi sin voz, ya casi sin dedos, que fueron grandiosos en otra época, en otros continentes que ya no pagan por su música.

Vengan a Baltimore! Vengan a New York, donde el pueblo americano se hace la caca y se orina en el metro o esperando su turno, en una cola que llega hasta una de las calles de Manhattan— ese barrio lleno de bolsas de basura y de heces de perro—, frente a un baño miserable de Starbucks, sencillamente porque no existen baños públicos en el metro y casi no existen en la ciudad.

Nadie nos prometió un jardín de rosas pero tampoco tenemos por qué resignarnos a un jardín de uñas (Pimentel). De qué sirve ser de izquierda, ser progresista, ser del Frente Amplio, si seguimos indiferentes mientras, como dice Inés, la hija de Arturo, los peruanos, los ciudadanos del mundo, los poetas y los músicos mueren en los pasillos de los hospitales públicos sin recibir atención!

Nos llenamos la boca con palabras altitonantes pero somos incapaces de establecer nuestras propias cadenas de socorro para nuestra propia gente. De qué sirve, entonces, todo el aparato ideológico que se repite y repite —tanto como los dogmas obtusos del neoliberalismo—, si dejamos que nuestras personas amadas (y no amadas) fallezcan sin la atención que merecen sólo por el hecho de ser personas.

En Jamaica, Brooklyn, hay un inmenso hospital para animales pero los pobres también se mueren por falta de atención médica; porque pobre mata a pobre; porque los pobres son los que se ocupan de la venta al menudeo (dígase retailers puesto que ya ni idioma tenemos) de las drogas fatales; porque los miserables acceden a puestos de trabajo esclavo en las cárceles de este país en que vivo y desvivo; por la muerte y el sufrimiento oficialmente no reconocidos que se ha infligido al pueblo americano —y ahora al peruano—, engordando con comida basura hasta la obesidad a un porcentaje increíble de la población.

Hasta cuándo nos va a durar la bestialidad entre nosotros mismos. Quién tiene la desvergüenza, la frivolidad de llamar a Lima un paraíso cuando las aguas de su bahía están fecalizadas, y la escasez del agua potable merece el estudio de los científicos pero jamás la mención de los políticos, inclusive los del Frente Amplio.

Cómo quieren que lo diga? Con palabrotas? Con eufemismos? El problema de la verdad es que resulta demasiado duro reconocerla. Mejor es refugiarse en las filosofías del pesimismo infantil. Pero tampoco funcionan las utopías si nos amparamos en la distopía, como si nada sucediera, como si a Arturo no lo hubiera afectado Camabalache, que se ha extendido, como los tentáculos de un pulpo pirata, hasta ya bien entrado el siglo XXI.


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Gaznápiro

Geopolítica, economía, literatura